
11 Sep Camarón en Torremolinos
Extracto del libro ‘Boquerón de la Isla. De las huellas dejadas por José Monge Cruz en Málaga y los malagueños’. Sin editar. Autor; Francis Mármol.
“Málaga es una ciudad por la que siento un gran amor, he pasado en esta tierra quince años de mi vida y tengo por aquí, muy buenos amigos, excelentes amigos”.
Diario El Sol.
“Siento a Málaga como si aquí hubiera nacido. Aquí tengo buenos amigos y aquí da gusto cantar, porque los muchos aficionados que hay en esta tierra saben apreciarlo”.
Diario Sur.
“He actuado en medio mundo. Últimamente en los Festivales de España. He dado recitales con Paco de Lucía. La verdad es que tenía ofertas de otros lugares y muy ventajosas, pero me ha hecho más ilusión que ninguna esta de venir a Málaga, a su Gran Taberna Gitana”.
Diario Sur.
Aquel gitanillo jaro, que ahora salta al vacío hecho un ovillo con sus manos abrazando sus rodillas, del Puente Zuazo1 al agua, va a tener la onda expansiva de la bomba que escupió el Enola Gay sobre Hiroshima. Esa vocecilla que grita al caer, no es cualquier voz. La tarde es calurosa, de esas de verano en las que llueve fuego de verdad y los esteros y las salinas hay que mirarlos con los ojos achinaos porque la luz encuentra en ellos un espejo para multiplicarse y herir la mirada.
Va con dos de sus inseparables amigos, en la versión gitanogaditana de Huckleberry Finn y Joe Harper, a uno le dicen Ranca y al otro Pinto.
No tienen de fondo el ajetreo de vapores surcando las turbulentas aguas del Mississippi, tienen el fundido del secarral con el océano. Una despensa repleta de erizos de mar y cañaíllas para los apretones más insoportables de estómago. Ahora se les ve el flequillo de los tres apenas asomado por encima de la barrera de uno de los tentaderos de las dehesas que abrazan San Fernando. Un ojo puesto en el pase de pecho del matador y otro en la mesa repleta de viandas que se prepara para el almuerzo. Las dos cosas le llevan a soñar con ser torero.
Alguien lo vio el otro día también al que todavía llaman Pijote Chico, sólo y asustado, genuflexo, en la iglesia, rezando por el pecado que no le dejaba pegar ojo, un poco de pan escamoteado para calmar su barriga inane. Luego rogándole a Carnicerito que no le cierre la puerta del todo, en la Venta de Vargas, para escuchar desde fuera, sentadito al fresco, los ayes del reservao rompiendo la quietud del atardecer. O asomado al ventanuco, cuando no le dejaban estar entre tantos mayores pescando las notas de la guitarra por soleá, mezclado el ambiente con los olores de las tortillitas de camarones de María Picardo, del jamón y el queso curao, del puro y el pachuli de las acompañantes.
La carita recien lavá y el pelo todavía peinao entrando muy formalito por la puerta trasera del colegio, la de los que no tenían dinero para entrar por la principal2. Cantando coplillas por febrero al calor de la fragua de su padre Manuel, recogiendo las alcayatitas y los clavos calientes como si fueran los primeros cigarrillos que iban a clavarlo al madero de verdad. Con su gracia de niño, cantiñeando en las fiestas de altura que se formaban en su propia casa, declinando muchas veces las invitaciones porque él, lo que quería ser de verdad era torero…
Y Rancapino que llega de pronto y le dice: “Vamos José que dicen que ha llegao Miguel de los Reyes a la Venta”…
Lo cuenta el malagueño Antonio de los Reyes, guitarrista y hermano del famoso cancionero, el de la voz rota, relevo natural del estratosférico, y boquerón también, Miguel de Molina, éste, la melancolía pura del exilio.“ Estábamos en Rota y Pansequito que entraba en quintas nos lo recomendó. Fuimos a la Venta de Vargas a verlo, mi hermano lo escuchó y decidimos llevárnoslo.
Estuvimos hablando con la madre, que era una mujer muy delgada, recuerdo que iba vestida de negro y de un cordón que hacía las veces de cinturón llevaba colgadas unas tijeras.
Yo firmé el papel haciéndome responsable del niño. Estaba siempre con él, no lo dejaba un momento, pero era travieso.
Él mismo se tocaba la guitarra entonces. Si no recuerdo mal primero fuimos a Ceuta, luego estuvimos en Conil, Chiclana, el Puerto, San Fernando, Torremolinos también hicimos Almería y terminamos en Madrid.
La compañía la encabezaban mi hermano, Miguel de los Reyes y el guitarrista Enrique Montoya. Llegamos a tener seis bailaoras, tres guitarristas, tres bailaores y un humorista”.
Antonio Rodríguez, era el hombre del espectáculo por antonomasia en Málaga, y hace cuarenta años ya andaba en el negociao, haciendo carretera y carrera, él fue el primero que lo contrató. “Estábamos en el Teatro Andalucía de Cádiz actuando y por la noche fuimos a cenar a la Venta de Vargas en San Fernando. Estaba allí Camarón y Rancapino y necesitábamos a un cantaor. Lo escuchamos y le ofrecimos que se uniera a la compañía, él puso como condición que se viniera Rancapino, él era un niño, los dos. Y se vinieron. Estuvimos en muchos sitios. Era un espectáculo entre Miguel de los Reyes y Enrique Montoya, el ballet completo de uno y la gente de otro, medio show para cada uno.
Era una turné larga. Enrique Montoya tenía un cuatro esquinas, un coche propio, la compañía tenía un autocar. Yo iba con Enrique Montoya y algunas veces él se venía con nosotros”.
Camarón con Miguel de los Reyes, por un bocadillo
El Pinto tiene ya a partes iguales el canío y el pisha en su vocabulario, hermano de Pansequito, es bailaor y marbellí de adopción por su matrimonio con una malagueña. Amigo íntimo de Camarón desde que le llamaban el Pijote Chico. Compañero de fatigas y aventuras en aquellos tiempos preliminares de cambio, iban a formar lo que no estaba en los escritos. Él también anduvo de turné por media España con Miguel de los Reyes. “Se han contado muchas versiones de cómo fue que lo contrató Miguel de los Reyes. Ha pasado mucho tiempo pero fue así: Habían actuado en Cádiz y llevaban cantando a Antonio de Ceuta, este gitano tenía la costumbre de llevar un bocadillo hecho para comérselo en el descanso, entre función y función, pero llega el intermedio de un día y no encuentra su bocadillo. Con las mismas, cogió y se fue de la compañía…Así tal cual. Entonces fue que llamaron a mi hermano, que estaba de permiso en el servicio militar, pero como tenía dos o tres días nada más, pues cuando terminó el permiso pues tuvieron que llamar a otro cantaor y estuvo Rancapino. Un día de aquellos que andaban en Cádiz fueron a cenar a la Venta de Vargas y lo escucharon. Les gustó claro, mucho. Y se lo llevaron y Rancapino decía; ‘claro, como es más guapo y yo soy un mono, se lo llevan a él y me dejan a mi aquí’. Y bueno pues al final arreglaron que Rancapino se fuera también. Yo me uní después al grupo y a ambos tuvieron que darnos el permiso por escrito nuestros padres, porque éramos menores. Recuerdo que debuté en el Villamarta de Jerez”.
Era la primera vez que Camarón salía profesionalmente de su tierra, puntualmente ya había hecho algunas incursiones por su cuenta o en compañía, para disfrutar de otros ambientes flamencos, ahí quedaba su visita a la Feria de Sevilla y otros escarceos recordados. Pero fue en la Venta Vargas donde ya se había licenciado, aunque él no lo supiera. Había escuchado a los mejores en sus cuartos e incluso había protagonizado algunas lecciones magistrales, a lo Jesús, el adolescente, predicando en el templo. Ya lo había catalogado Caracol sin excesivo entusiasmo pero ese gitanillo rubio se abría ahora al mundo incorporado a la compañía de uno de los más grandes cantantes de coplas que ha dado este país. Iba a actuar en salas de fiestas, en tablaos, en cabarets, en teatros, iba a conocer la noche, la carretera, las luces de neón de las grandes ciudades, iba a sentir la velocidad en su cara asomado a la ventanilla de los primeros haigas, iba a disfrutar de una libertad vigilada, del sabor y el roneo de un winston en la comisura de los labios, de endulzarse la boca con las fantas de naranja que tanto le gustaban, iba a echar de menos el arroz con frijones de su tierra, pero iba a mandar dinero a casa donde tanta falta hacía. Tendría momento de comprender y apreciar el valor de aquellas coplas tan dramáticas que arrojaba el picú, de hacerse su cuplecitos por bulerías, de saborear a Antonio Molina, pese a los que quieren o creen que sólo tuvo referencias musicales flamencas.
Eran días iniciáticos, en los que lo iba a pasar muy bien. Y en los que iba a protagonizar alguna que otra travesura. La compañía se movía con orden y concierto por el Sur y el Levante del país, un país que se iba desperezando poco a poco, actuando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, en una gira larga y exitosa. El cuartel general, el hotel donde alojarse en el camino, se ubicaba en un nudo de carreteras, más o menos equidistante de los lugares de actuación en la zona, y desde ahí, al mediodía partía el autocar de los artistas, los equipos de sonido y las cortinas que hacían de decorados hacia el teatro. Antonio de los Reyes trataba de no perderle la pista, pero cuando menos se lo esperaba…
Sobre la boda gitana y las pastillas de la cabeza
“Estábamos parando en Puerto Lumbreras. Una noche, me doy cuenta que no estaba en su habitación, bajé de repente a buscarlo a preguntar por él y el recepcionista me comentó que habían venido unos gitanos y se lo habían llevado a una boda. (Aunque éste parece que trató de persuadirlos para que no se llevaran a aquellas horas de la noche a un niño, no lo consiguió)Fui a buscarlo, yo era el responsable si le pasaba algo y por poco si no me matan. Aquellos gitanos no querían que se fuese. Me tiraron incluso una chifarrá con una navaja que me rompió la camisa. No querían que me lo llevara por nada del mundo.
En otra ocasión, me acuerdo que me pidió una pastilla, porque le dolía la cabeza, y a mi que también me gustaba gastarles bromas, le dí unas que yo llevaba para hacer de vientre. Eso fue antes de una actuación y recuerdo que el presentador comenzó a hablar de Camarón, le tocaba a él y éste que lo escucha, me dice a grito pelao desde el váter, “¡¡¡Antonio dile a ese hombre que yo no puedo salir, que no me presente, que estoy en el váter, que no puedo salir!!!”.
Los gritos de Miguel de los Reyes se oían por entre bambalinas ¡¡¡¿Y Bocarrape, dónde se ha metío Bocarrape?!!!
Torremolinos 1966, en la Isla de la Libertad
“Estábamos en la yema del huevo primordial, en el pezón de la eclíptica, en el zoco centro de la encrucijada de todos los caminos de la tierra. Rodeados, además, de sol, de playa y de mujeres. Rodeados de ginebra, de pinos, de libertad, de la suave, hermosa, cómplice, ordenada y limpia relación que establecen entre sí los individuos desprovistos de moral o anterior a ella”.
Fernando Sánchez Dragó (ElDorado, 1960)5
“La gente tomaba el aperitivo en los bares
e iba vestida como en Saint Tropez”
Juan Goytisolo (La isla, 1961)
“Recuerdo un día en Torremolinos en que vi una de esas
comunas hippies y todo el mundo tenía veinte años
y nadie tenía ninguna obligación y todo era maravilloso
James A. Michener (Hijos de Torremolinos, 1971)
“no son hippies pero simpatizan: les gusta andar descalzos, no dar golpe, vestir, según la inspiración del momento, lo mismo a lo Dorian Grey que a lo Garibaldi que a lo Confucio. No se meten con nadie, beben lentamente, fuman tabaco, marihuana o lo que sea” (Torremolinos, Gran Hotel, 1971)
“estriptís… en Torremolinos lo tienes
cuando te de la gana”
A. Pereira (La costa de los fuegos tardíos, 1973)6
Torremolinos en 1966 era un esplendoroso oasis de libertad, una paleta de colores, en el extremo Sur de la patina grisácea, pacata y cerril que cubría la península. Era un punto y aparte. Un Saint Tropez a la española, de bonitas playas, casitas blancas de pescadores a la vera del mar y pinares salpicados de imponentes villas y mansiones de gusto refinado, el oropel y el glamour conchavado con la verbigracia del lugareño. Nada que ver con lo que luego desembocaría el reclamo de ciudad turística de masas y la llegada de legiones de hooligans ingleses en chanclas con calcetines y pinta de cerveza en ristre. En sus aceras se encontraban contoneándose las primeras suecas en bikini bajando por la cuesta del Tajo hasta el Bajondillo para tomar el sol, proclamándose el estreno del top less. Lubricándose por entonces la leyenda, con muchos visos de realidad, en el pasaje de Zacatín, donde las turistas acababan entregándose furtivamente a los componentes de los grupos ye-yés que por allí andaban actuando o a los camareros7. Con decenas de salas de fiestas, restaurantes, jardines de verano, terrazas de grandes hoteles, ventorrillos, tablaos, bares, que ofrecían una variada oferta nocturna de ocio, desde los picantones con destape, a las acrobacias o la música en vivo, refocilándose en apenas unas calles del centro del pueblo los sonidos de los tan-tan africanos, el cha-cha-cha, el swing, los hits de The Beatles, los boleros, la zambra de Caracol, el compás trepidante de Fosforito…
En la comanda anotándose media botella de Monopol, y otra media de Solares, el güisqui o el Campari. Los primeros chiringuitos popularizando el pescaíto frito. La gracia, la del Brillantina, el Beni o el propio Chiquito que por entonces era más de tocar las palmas. Los playboys de tres al cuarto a la caza de la turista forrada en la piscina del aparthotel. Bellezas planetarias como Raquel Welsch o Briggitte Bardot escandalizando a las damas de la época con sus pechos al aire en la playa de Fuengirola, Ava Gadner o Gina Lollobrigida dorándose en sus arenas, de incógnito o no tanto, bebiéndose la noche del Sur. Brian Epstein con John Lenon atreviéndose con experiencias homosexuales en La Nogalera. Dejándose caer Bryan Jones y Tony Hicks de los Rolling. Rodándose coproducciones internacionales de altos vuelos a lo largo de toda una costa de ensueño. Ya había llegado y acabado en comisaría Frank Sinatra por su altercado en el Pez Espada, se hacían asiduos Anthony Queen, Roger Vadim, Sean Connery, Omar Shariff, los multimillonarios como Aristoteles Onassis, el barón de Roschchild, los más domésticos Hohenloe, Jaime de Mora y Aragón, José Banús… Eran los tiempos en los que en el espectáculo reinaba Lola Flores y mantenía laureles Antonio el bailarín, dos veraneantes y empresarios ilustres del lugar. Los días de revolución del Cordobés. En resumen un crisol majestuoso de criaturas dispares, danzantes bajo un mismo sol de agosto, y todos provocando una oleada de experiencias inauditas para el españolito medio.
Aquello era Torremolinos en 1966, una avanzadilla del futuro que vendría, anticipado a la Primavera de Praga, al mayo del 68 francés, plagado de beatniks en sus plazas y dando cobijo a los primeros hippies que hacían escala costasoleña en su peregrinar a alguna ruta impredecible, entre Marrakech y Khatmandu.
En cuanto al pequeño Camarón, se le abrían los ojos de par en par, aquello era Hollywood, en la palma de su mano. Un lugar con más de veinte salas que entre sus programas incluían flamenquerías más o menos kitsch, Caprice, El Madrigal, la Parrilla del Pez Espada y con lugares exclusivos del género, como el tablao El Jaleo, Las Cuevas, El Mañana, Pensión Domingo, La Taberna Andaluza, La Gran Taberna Gitana en Málaga…Por allí iban desfilando al calor del dinerito de los turistas lo más granado del género.
Miguel de los Reyes había conseguido entonces un contrato para actuar durante un buen periodo de tiempo en El Tabarín, un local de Torremolinos, muy céntrico, ubicado en el Pasaje Begoña, que la historia de hoy lo recuerda como el primero en el que se produjo un desnudo integral en España. Aquellos eran tiempos en los que el flamenco más clásico se encontraba en programas donde por ejemplo había números de vedettes, subiditos de tono, y no pasaba nada. Es más, algunas bailaoras o bailarinas tenían que alternar con los clientes de la sala. Todo aquel batiburrillo de diversión, libertad y desenfreno se precipitó sobre la mente de aquel adolescente cantaor antes que Madrid. Aquel era un terreno propicio para soltarse sexualmente y coquetear con las tentaciones de la noche, para estrenarse en el ambiente bohemio imbricado al del arte.
El Diario Sur incluye el siguiente anuncio:
La nueva sala de fiestas El Tabarín, presenta por primera vez en Torremolinos a Miguel de los Reyes (Ídolo de todos los públicos) con su fabuloso Ballet de Arte Español. C/ José Antonio Girón, junto al Pasaje Begoña.
Unos días más tarde en el mismo diario, la sala recibe los elogios del periodista de turno9: “Gratamente sorprendidos quedamos tras visitar en Torremolinos la sala de fiestas El Tabarín. La nueva dirección ha hecho tales reformas que aquello ha cambiado ganando un cien por cien. El ambiente es grato, el espectáculo de primera y existe la particularidad de que puerta por medio de la sala, una segunda barra ofrece especialidades tan españolas como el buen vino y el mejor jamón. Es decir que se ha conseguido aunar la clásica y ambientada sala de fiestas con la costumbre española de tertulia sin que el estómago lo eche de menos. Entretanto, Miguel de los Reyes, por sí solo, ya es gran novedad”.
El espectáculo se representará sin interrupción hasta en Nochevieja, a modo de cotillón, como era costumbre popular muy de la época, saludar al nuevo año en estas salas de fiestas, que ofrecían espectáculos de muchas horas y con muchos artistas de primer nivel. Esta primera estancia en Torremolinos queda registrada hasta el 10 de enero para luego explayarse en dos meses, julio y agosto del 67, donde; “huelga decir que Miguel de los Reyes es siempre noticia. Miguel y su ballet, que de nuevo está en el Tabarín naturalmente, en un espectáculo que por su categoría y calidad es actualmente de los primeros que actúan en la Costa. El ballet de Miguel, en Las Noches Bordás de Luceros, evoluciona rítmicamente ofreciéndonos magníficos shows de variedades españolas”.10
La alineación del Ballet de Arte Español del tonadillero de La Cruz Verde era el siguiente; Como primera bailarina; Carmen Vargas. Canzonetista; Antonia Fuentes. Cuerpo de baile; Cloti Santa Cruz, Paquita Vargas, Pastora Vega, Mari Carmen Pombo y Antonia la Malagueña. Bailarines; Juan Albaicín y Juan Rosén; a la guitarra Antonio de los Reyes y Pepe de la Vega. Camarón era el niño cantor, la sorpresa que todo el mundo esperaba del show.
Por aquellos días un testigo directo de la puesta de largo de Camarón junto a Miguel de los Reyes fue Antonio Fernández Díaz, Fosforito, pontanés de nacimiento pero malagueño de adopción también por su matrimonio con una bailaora local. Paradojas de la vida, aquel monstruo del cante entonces asistía a la actuación de la joven promesa, que acabaría siendo antes que él Llave de Oro del Cante tras su prematura muerte. En la prensa de aquellos días reza su visita a la sala mencionada: “Huelga cualquier presentación de Fosforito, ese magnate del cante. De sobra conocido en toda España. Fosforito y su esposa andan estos días por Torremolinos en unas merecidas vacaciones y ahí los tienen ustedes, atentos a las atracciones del Tabarín”.
Pero Fosforito, que siempre cantó sin resuello por todos los rincones del país, ya conocía a aquel niño de su itinerancia por las gaditanías; “Lo conocimos en San Fernando y él cada vez que íbamos por allí, tendría apenas diez años, lo sacábamos al teatro y ya tan chiquitillo formaba lo más grande, tenía afición y unas condiciones increíbles.
Pepe Pinto, Valderrama, el de Radio Cádiz, Aurelio de la Biezca y yo le regalamos una guitarra porque a él le gustaba tocar. Y conocí a su padre, tengo fotos con su padre.
Luego llegó a Málaga con Miguel de los Reyes y debutó en una sala de fiestas que llevaba un hombre que le decían Pepito el Chico (El Tabarín). Entonces todavía cantaba cuplés de Juanita Reina y las cosas de Enrique Montoya y se acompañaba a la guitarra. Miguel de los Reyes lo placeó por toda España hasta llegar a Madrid, donde él se quedó en Torres Bermejas”.
Aquel verano de 1967, Málaga y su costa era un hervidero de artistas y de flamencos de tronío actuando aquí y acullá, el mundo estaba agitado por acontecimientos extraordinarios. Todo parecía que iba a pasar aquel año de 1967, nada era trivial ni en dosis pequeñas de drama o de comicidad. Se produjeron graves disturbios raciales en Detroit, Cassius Clay es decir Mohamed Alí se negaba por su conciencia a ir a Vietnam, se colocaba una pequeña placa en la Casa Natal de Picasso en Málaga, los huelguistas tenían en jaque al gobierno francés, el Cordobés amagaba con cortarse la coleta, arreciaba la poca popularidad de la guerra de Vietnam sobre el presidente estadounidense Jhonson, Boris Karlof rodaba en Torremolinos El coleccionista de cadáveres, Audrey Hepburn aparecía en Marbella ¿para desayunar con diamantes?, El Ché iba a morir en octubre en la sierra boliviana víctima de una emboscada de la CIA, Curro Romero, Gitanillo y Antoñete se animaban a grabar un disco de villancicos flamencos, caía gravemente enferma La Niña de los Peines, O’Rey Pele en las filas del Santos brasileño hacía su aparición rutilante en el trofeo Costa del Sol de fútbol y disfruta de una juerga flamenca en el Club Mediterráneo.
Pero trascendencias mundiales y anécdotas locales al margen, la nómina de flamencos que se dejan ver por Málaga en aquellos doce meses, en diferentes fechas por supuesto y en formatos y fórmulas de lo más dispar, es de primer nivel, empezando por Sabicas al que se le homenajeó en la IV Semana de Estudios Flamencos13, o el Niño de las Moras en el Cervantes, Antonio el Bailarín, Perlita de Huelva, Beni de Cádiz, Lola Flores, El Pescaílla, Antonio Gades, Fernanda de Utrera, Pepe Marchena, Juanito Valderrama, La Singla, Juanito Maravillas, Cristina Hoyos, José Menese, El Habichuela, Juan Maya, Terremoto, El Camborio, Luisa Ortega y Arturo Pavón, Merche Esmeralda, Enrique Montoya, Dolores Vargas, Emilio el Moro, Farina, La Contrahecha, José Greco, Antonio Mairena, Paco de Lucía, Pilar López, Porrinas de Badajoz, Niño de Aznalcollar, India Flores, Pastora Imperio, Faíco, mezclados entre los más malagueños o malagueñizados, Mariquilla, Carrete, los Tiriri, Fosforito, Amina, La Niña de la Puebla, El Chaqueta, Jarrito, Gloria Vargas y Chiquito, Canillas… Todos ellos y muchos más dan una idea del ambiente artístico en general y del flamenco en concreto que se podía disfrutar en este rinconcito de playa del Mediterráneo por donde El Pijote Chico ya iba haciendo más conocido su sobrenombre de Camarón de la Isla.
Mención especial también merece su presentación oficial en la capital malagueña un 3 de agosto en la tradicional por entonces Fiesta de la Malagueña de la Feria, de la Caseta Oficial, ubicada entonces junto al Ayuntamiento, en el Parque, a la vera del Puerto, donde Miguel de los Reyes lo presentó al que sería uno de sus públicos más queridos, ya bien entrada la madrugada. “Un niño menudo y rubio que hablaba muy poco” como lo recuerda el conductor de aquella gala, el periodista, Diego Gómez. Serían testigos de su fugaz alternativa como chanquete predilecto; La Contrahecha, Hermanos Reyes, Perlita de Huelva, Antonio de Canillas o Gloria Vargas, entre otros. Lo dicho, iba a formar lo que no estaba en los escritos y Málaga iba a ser su patio de recreo favorito.
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