Cuadro de Picasso con guitarras.

Dos guitarras picassianas con distinta suerte

Ante la incredulidad de algunos en el presente de atisbar en Picasso el soplo flamenco, este tour de experiencias vividas por el genio universal de la Plaza de la Merced viene a reforzar su indiscutible sensibilidad y vínculo con el hecho jondo. Por lo pronto, es indiscutible que el artista fijó en numerosas ocasiones su pincel sobre el imaginario plástico de este mundillo, bailaoras o guitarras pueblan muchos de sus cuadros y quizá abrevara en sus recuerdos de niñez para aliviarlos al oleo, un tiempo en el que tuvo como patio de recreo la Málaga efervescente de cafés cantantes, por donde pasó lo más granado del flamenco del momento.
Tuvo Picasso, una más que probable iniciación al baile junto a los gitanillos de Mundo Nuevo, sus vecinos, y por aferrarnos a otra deducción de afinidad, se sabe que de su memoria no borró nunca algunas huellas sonoras del cante, como esas letrillas por tangos del Piyayo, que seguro estaban a la orden del día en cualquier cantina de la Ciudad del Paraíso entonces; «Si tus ojitos fueran aceitunitas verdes/ toda la noche estaría muele que muele», con las que al parecer les salió a los malagueños (Grupo Montmartre) que fueron a visitarle a Cannes en 1957.
Es por eso que hoy se le adivina, sin temor a equivocarnos, una sonrisa en presencia de alguno de los flamencos que se aventuraron a hacer las francias, algunos genios y figuras locales que le conocieron en el encuentro buscado, actuando ante él, los cuáles aseguran su disfrute ante lo que a buen seguro le recordaba familiarmente a su más tierna infancia. Así el anecdotario infinito del flamenco, no podía por menos salpicar a Picasso también, con una historia con visos de leyenda urbana, pero colmada de age como la que le unió una noche a una trouppe de flamencos malagueños en Paris encabezada por el simpar bailaor Pepito Vargas, la Cañeta, el Camborio y el guitarrista Juan el Africano.
Y fue precisamente en la guitarra de este último en el que el autor del Guernica quiso volcar su arte, pintándole uno de sus extraordinarios dibujos, que hoy día valdrían un Potosí. Haciéndolo a buen seguro agradecido y en recompensa por el rato vivido en compañía de sus paisanos. Pero ocurrió esto con tal mala fortuna que el tocaor advirtió tarde la pintura fresca, que aún rezumaba su instrumento y arrimándosela al pecherí para comenzar a templarla, le puso la camisa impecable hecha unos zorros, lo cual le hizo disgustarse mucho.
No quedó ahí la cosa pues también se estiró el de la Merced con Pepito Vargas al que gustó pintar en movimiento durante su actuación. Ni corto ni perezoso éste en solidaridad con el desgraciado accidente de vestuario de su compañero, tiró la valiosa obra de arte de Picasso a la basura. «No sabía quién era aquel hombre, me lo dibujó y yo le vi que tenía un ojo aquí y otro en Pamplona. Me pareció que no sabía pintar, que era feo. Figúrate mi ignorancia, lo que habría valido ahora, ¿no?», confesó el bailaor hace pocos años cuando descubrió el nivel de honorabilidad que su pintura merecía ahora para los españoles.
Por supuesto que ninguno de estos desprecios sería presenciado por el pintor que de haberlos observado también hubiéramos tenido noticias de su respuesta.
Pero precisamente fue a otro guitarrista malagueño, nacido en Melilla, Paco Jurado, al que conoció en su última etapa vital en Mougins en su residencia de Notre Dame de Vie, personaje al que abrió las puertas de su castillo para que le diera clases de toque a su última mujer, Jacqueline, a la que le gustaba el flamenco tanto o más que a éste, según desglosa en sus memorias ‘De madera y con seis cuerdas’. Un día a éste, que trabó bastante amistad con el pintor, se le ocurrió preguntarle cuando volvería a España, y Picasso ni corto ni perezoso, sin ambages, contestó que cuando le llevaran la cabeza de Franco. Su compromiso político traspasaba su españolidad y le había dado la ocasión de conocer ya entonces a otros flamencos comunistas como Pepe Meneses o Antonio Gades.
Aquellos tres años de clases fueron bien remunerados y como propina Picasso le pintó su guitarra, como al Africano. La suerte en este caso no le llevó a borrarla involuntariamente y la conservó durante muchos años, al tiempo, el mencionado Paco Jurado, ya en Málaga, recibió la visita de unos marchantes de arte interesados en aquella obra de Picasso pintada sobre el envés de su bajañí. Jurado recibió una oferta que no pudo rechazar. Le cambiaron su guitarra por la propiedad de un piso en Torremolinos.

3 Comentarios
  • Mihail
    Publicado en 08:04h, 24 marzo Responder

    La letrilla que se atribuye al Piyayo es un "juguetillo", coda final que al parecer utilizaba Rafael Flores Nieto "El Piyayo" al término de sus interpretaciones,pero, según los flamencólogos, era creación del llamado Negro Merí, personaje pintoresco de la Málaga del XIX.

  • Very Gutierrez
    Publicado en 22:37h, 24 febrero Responder

    Yo poseo una guitarra de un guitarrista malagueño firmada por Picasso en París, era de Antonio Españadero que actuaba con Paco Jurado, la heredó mi padre y a su vez la heredamos mis hermanos y yo tras la muerte de mi padre.

    • Francis Mármol
      Publicado en 22:19h, 26 febrero Responder

      Muy interesante. Sabía que existía otra en Jerez pero no la que me cuenta. Si algún día quiere venderla creo que existen potenciales compradores, los mismos museos picassianos.
      Un saludo y gracias por leernos

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