Portada del libro en Alianza Editorial.

‘Por el camino de Swann’ o la magdalena más sabrosa del mundo

Pocos libros tan precisos en la definición psicológica como éste. El primero de la saga de ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust es una obra de arte, orfebrería fina, digna del estudio de los mejores escritores. Su prosa puede desesperar en el detalle más nimio posible pero consigue movimiento y acción cuando todo forma parte de una panoplia de recuerdos de infancia. Esa nitidez es producto de la mente privilegiada en la memoria o la imaginación, o es producto de esa receta de las magdalenas de su tía abuela que ya deberían haber sido catalogadas como Patrimonio Nacional por sus consecuencias, cual rabillo de pasas extraordinario. Ellas sólas consiguen recuperar hasta el olor más prehistórico del narrador de esta novela.
Además de esto, de este ejercicio titánico de reconstrucción de unos episodios, paisajes, escenas, personajes del pasado, Proust es aquí un incisivo analista de las sensaciones y sentimientos más profundos del amor. Esos miedos, esos deseos, esas esperas, esas supersticiones son el abrevadero que elevan a esta novela a una de las mejores de la literatura universal también en lo sentimental.
Son en este caso dos amores diferentes, que ocupan tres de sus partes marcadas. ‘Por el camino de Swann’ está dividida en esas descripciones de sus personajes familiares vistos a los ojos de un niño de vacaciones en el pueblo de Combray, luego están las cuitas de Swann con Odette, ese amor entre un hombre y una mujer con diferencias sociales y culturales, que es mal correspondido por la segunda con respecto a las expectativas del primero. Maravillosa resulta aquí la manera de transcribir los ambientes burgueses y los de la aristocracia francesa. Por último está la descripción de los propios amores del niño narrador con los campos Elíseos como telón de fondo. Ese amargor de la indiferencia que causa en ella su interés y en general la idealización que realiza de ella empatizan con cualquier lector.
Como anécdota, y a cien años de su edición, recordar que Jean Schlumberger y André Gide en la Nueva Revista Francesa (NRF) lo desestimaron para su publicación. Error que luego lamentarían cuando vieron la materia de la que estaba hecho su autor y la saga que le seguiría. La obra sería costeada de si propio bolsillo en su primera edición.

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