
15 May Expectativa, decepción y magia en Haruki Murakami
Foto de la web garuyo.com
La literatura de best sellers ha absorbido a un escritor de escritores, o de prestigio, como Haruki Murakami con toda normalidad. Y buenos resultados parece que le ha dado. Uno debía desconfiar cuando en la solapa de un libro, ‘Hombres sin mujeres’, ya le avisan sobre esto. Es algo así como una excusa no pedida… Como anticipar que su escritura ha pasado a un estadio más light.
El librero de marras ya avisó a este neófito sobre los derroteros del as de la literatura japo, candidato eterno al Nobel. «La gente dice que ya no es el de Tokio Blues». La otra sorpresa fue que, pese a su exótica procedencia -para mí-, Haruki Murakami es a todos los efectos un escritor mega-occidental, que incluso cabría definirlo como pop. Sólo hay que leer parte de este volumen para darse cuenta de lo deudor del cine de Woody Allen, al que de hecho guiña en uno de estos relatos. La catetada quizá radica en esperarse algo distinto porque un escritor sea japonés. Ese era mi caso. Había escuchado en algún círculo gafapasta que su nombre era sinónimo de originalidad, de talento, de un tipo que había venido para renovar de manera decisiva la narrativa novelesca. Pero ni tanto ni tampoco.
Murakami ya no es cool, porque ahora se lleva Trueba pero quizá por eso cabe esperar la vejez de los genios; que en su decadencia puede ser más interesante. La verdad es que en buena parte de este libro Murakami apuesta por los infalibles líos de pareja. O más bien por casos extraordinarios, aislados, freaks. La infidelidad, la poligamia, el fetichismo, el sado, el amor como irracionalidad letal y otros tantos temas de siempre salen a relucir en una prosa no demasiado barroca en lo formal, más bien lo contrario, pero sí especialmente efectiva en el fondo y en esas inesperadas evasiones de la realidad. Auténtico atractivo en este volumen, que coquetea con un especial realismo mágico, juega deliciosamente a mezclar realidad y ficción y a dejar inquietantes dudas abiertas sobre el final dramático de sus criaturas. Bajo esos giros vendrían a palpitar las grandes enfermedades de nuestro siglo; con la soledad y el materialismo por encima de todas ellas. Murakami, pese a los exaltados elogios que le dedican algunos críticos en la solapa, sorprende poco en esa primera parte, llamémosle más convencional, más digestiva, de líos de alcoba y bajas pasiones mal resueltas. Tan de hoy.
En cambio sorprende con su desbordante imaginación para colocar a varios protagonistas de estas siete historias en un mundo onírico, entre la superstición y la ciencia ficción. Es especialmente fantástico el homenaje que tributa al personaje de la Metamorfosis de Kafka, Gregor Samsa, -libro del que por cierto se cumplen cien años- al que recupera de su postración como insecto para el mundo de los humanos. En aquella Praga bélica su kafkiana recuperación bípeda no está exenta de señalar al sexo, como otra de las pulsiones primarias del hombre. Y es que el sexo está presente en todas y cada una de estas aventuras. Incluso cuando a base de practicarlo con desafecto se convierte en amor por arte de magia y duele hasta la muerte. Hay otra relación de alusiones que nos llega a todos y estas pasan por referencias populares como los Beatles, el jazz, Las mil y una noches o incluso en el caso del título del libro a Hemingway.
Tiene el japonés la enorme virtud de parecer diferente, sin serlo en exceso, pese a su necesidad de hablar para todos los continentes. La piel de Tokyo y la cultura nipona aparece en dialectismos, repasa geografías urbanas y de las islas, recetas gastronómicas etcétera pero mezclándose con la visión de un mundo global que hace que un supuesto Yakuza suela beber güisqui o se acuda al brandi como otro intermediario de los mejores encuentros sexuales. Es aquí también un homenaje al alcohol como amigo del solitario, del incomprendido… Publicado en El Mundo el 6 de mayo de 2015.
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