12 Oct El Chino; el penúltimo bohemio del flamenco
José Manuel Ruiz Rosa, El Chino, (Málaga, 14 de octubre, 1953-Benalmádena, octubre, 1997) figurará eternamente en los altares del cante flamenco malagueño, desgraciadamente y al igual que Camarón a título póstumo ya, y prematuramente. Su bohemia forma de entender la vida y este arte le hizo vivir sobre todo la gloria del reconocimiento entre algunos de los más importantes genios del género que lo respetaron y en ocasiones le rindieron visitas y audiencias amistosas de maestro. Gente como Paco de Lucía, Tomatito, Remedios Amaya, Vicente Amigo, Enrique Morente, La Susi, Parrita y su gran alma gemela Camarón de la Isla, le demostraron el gran aprecio por su obra que no encontró entre los aficionados más rancios. Muchos de los nombrados incluso le encargaron temas.
Conoció las fatigas desde pequeñito, la necesidad imperiosa de cada día de buscarse la vida, y posteriormente como artista ácrata y adelantado a su tiempo que fue, también la incomprensión y cierta marginación profesional derivada sobre todo de la etiqueta de noctívago irreversible que pesó sobre él como una losa. El tiempo ha ido a favor de su creatividad y sus ideas renovadoras y hoy día son muchos los jóvenes flamencos malagueños que lo tienen elevado a la categoría de creador que se mereció. Hoy en las redes sociales se vuelven a producir los elogios en su recuerdo cuando está cerca una nueva efemeride de su nacimiento.
Nació y creció en la famosa y ya extinta Casa de las Monjas de calle La Puente, que hoy luce un azulejo recordándolo, en el malagueñísimo barrio del Perchel, la misma calle que acogió los crecimientos de La Pirula y La Cañeta, además de La Repompa o Pepito Vargas. Hijo de La Blanca, cantaora de aires muy percheleros e hijo adoptivo de Juan el Africano, guitarrista muy conocido en Málaga y en la zona del Campo de Gibraltar, conoció desde sus primeros pasos las fiestas flamencas del barrio, de Málaga, así como con poco más de diez años marchó a Madrid donde trabajó en diferentes tablaos como Las Cuevas de Nemesio, adquiriendo un bagaje tremendo de conocimientos al andar siempre escuchando y trabajando con las grandes figuras que por entonces eran célebres en los tablaos de la capital. Primero fue tocaor y cantaor pa’tras, para el baile. También anduvo entonces por Barcelona y Mallorca.
Regresó a Málaga y encabezó la aventura efímera pero exitosa de Arte-4, grupo de corte moderno rumbero al estilo del sonido Caño Roto de Las Grecas y Los Chichos que gozó de fama y reconocimiento. Experiencia que murió por la mera bohemia de la época y de sus componentes. Marchó luego con La Polaca a una gira por Venezuela, que en principio era por unos meses y que El Chino alargó nueve años. Regresó a España en 1987 por consejo de su amigo Paco de Lucía.
Se instaló en Linares donde pasó seis años más antes de regresar a su tierra donde retomó al parecer su versión más clásica con el sonado reconocimiento conseguido en el Concurso Nacional de Córdoba donde se hizo con el Premio Enrique el Mellizo, siendo el primer artista no gaditano que lo conseguía. Tampoco por ello abandonó su versión más experimental y siguió buscando combinaciones rítmicas con flautas, violines y pianos en salas y bujíos que no rimaban con su talla artística. Moriría sólo cinco años después de Camarón.
De lazarillo cantaor y de los tres meses con el traje de Primera Comunión
Desde niño, el cante fue su modus vivendi desde que su abuela, ciega, lo llevase por las calles de Pescadería vendiendo lotería para conseguir el premio de comer todos los días. La señora era mayor y llevaba un banquillito para sentarse. Por entonces se vendía más la rápida, la gente no confiaba en los cupones. Su abuela iba por el puerto con el nieto y allí fue que lo conoció Juanito Valderrama, que pedía escuchar al de los ojillos achinaos. Ya por entonces su abuela lo subía al banquillo para que cantase como reclamo y así vendiese algo más. Le decían; ‘que cante el niño un poquito y le compro unos cupones’.
El niño se subía y largaba una letrilla y así pues se iba para casa con algo vendido. De aquel entonces, nunca olvidó El Chino un bar donde cantaba con mucho gusto porque le daban un buen bocadillo de queso blanco que devoraba. El reclamo del lazarillo cantaor llegó al punto de que su abuela lo paseó por el Puerto, ¡tres meses vestido de Primera Comunión! Un caso.
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