
19 Dic Las viejas preocupaciones, las mismas soluciones
Acudí el pasado sábado a ver la obra ‘A España no le va a conocer ni la madre que la parió’ con la poca información de saber de dónde provenía aquella célebre frase y de dónde partía este cuestionamiento dramatúrgico. Sólo eso. Mentiría si dijera que tenía muchas expectativas sobre la misma, pese a que un buen amigo me había invitado a verla, y mentiría si dijera que no me gustó, porque en algunas escenas brotó la genialidad del autor de los textos, sobre todo en el monólogo final. Además de ello, sus cuatro intérpretes en papeles dobles no dejaron que se relajase la tensión narrativa y en general brillaron a un buen nivel.
Decía Ciorán, como le escuché más de una vez a Romero Esteo, que España le encantaba porque era un país siempre al borde de la desaparición y que en esa situación tan calamitosa sólo se puede generar una manera de vivir al límite, extrema, apasionada. Sin ser esta la única moraleja de la obra podría ser una reflexión resultante pues ‘A España no la va a conocer ni la madre que la parió’ no habla precisamente de un país que haya dejado a un lado los problemas que había latentes en la Transición sino que repite tics endémicos básicamente diagnosticados en un choque de compatriotas que se debaten entre ilusionarse en un progreso, en una emprendeduría de manual y ñoña, o agarrarse a sus más firmes proyectos conservadores igual de lamentables y egoistas que siempre.
La nueva entrega de la compañía valenciana Wichita.Co contrapone una familia que no sabe qué hacer con su anciana madre comunista en 1982, cuando se le presenta como el mayor de los disgustos la victoria abrumadora de Felipe González en 1982. Traidor de los principios marxistas que lleva a esta anciana a encerrarse desolada en el sótano de casa y a poner a debatir a sus hijos sobre el futuro de la vivienda familiar, objeto de deseo compartido. El capital, la tranquilidad.
Luego pone a los nietos de aquella anciana a decidir sobre la misma coyuntura, la de qué hacer con la vivienda de la abuela ya muerta, treinta años después, en nuestros días. Entonces como un asombroso fresco, menos encasillado que en el primer acto de los años ochenta, los personajes, pretendientes de la propiedad, pasan a tener una ideología más desdibujada y sui generis en sus acciones y pretensiones.
Hay como un tontuna galopante en casi todos ellos que es un fiel reflejo del aturdimiento que hoy nos provoca la doble vida de internet, el sexo de usar y tirar mezclado con el amor, la falsa movilidad exterior de nuestros jóvenes y esa panoplia ideológica que se manifiesta en el heredero podemita que lanza un último monólogo antológico, desolador a mi parecer. El panorama que se presenta a la misma familia con los mismos problemas de antaño es que no hay quorum en qué camino seguir y que el cacao del futuro que nos espera es tan indescifrable que lo mismo invita a la sonrisa, por lo surrealista, que podía hacerlo al llanto.
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