30 Ene Carrete; el niño bailaor que soñaba con ser Fred Astaire
Foto; Rafael Marchante. Espectáculo ‘Dos generaciones’. 2005. Torremolinos (Málaga).
De la pena y la gloria de un bailaor diferente. Guiado por las estrellas desde su primer aliento. Atribulado a veces y siempre señorial en sus pasos por los angustiosos y también extasiosos momentos que los caminos de la vida le ha ido deparando.
Sentencia de los buenos ratos y anécdotas delirantes de un discurrir cómico, de los tropiezos, de la locura, de las oportunidades perdidas, del hambre y la miseria, de las travesuras incardinadas a un personaje felliniano, a un genial Fred Astaire gitano y flamenco que no sabe muy bien la edá que tiene, ni quiere, ni la sabrá probablemente nunca, pero que sigue bailando al compás que le marca el viento. José Losada Carrete, el hijo de la Carreta.
He aquí un extracto del libro escrito en su día al alimón con Paco Roji sobre el bailaor José Losada Santiago ‘Carrete’ (‘Carrete, al compás de la vida. Aventuras y desventuras de un bailaor diferente’). Remembranza de un héroe superviviente de unos tiempos oscuros que él convirtió en días de color y luz. Aquí se cuenta algo de sus hambres, de su cruda infancia en la calle y de su discurrir cómico. Como el de aquel día que nevó en Málaga, eran los días de finales de enero, principios de febrero de 1954, días fríos como estos. Y se ha venido a la memoria aquel chiquillo en pantalones cortos sobre el blanco manto. Aquí lo tienen en unos retazos de lo que fue y es, porque sigue ahí intacto y fiel a su leyenda.
Pero al tiempo de andar por muchas ciudades y pueblos volvimos a Málaga. Me entró el tifus en La Línea y nos venimos en un tren, directo al Hospital Civil. Teníamos mucha familia aquí y había mucha pobreza y mucha miseria aunque el Puerto le daba algo de vida a la ciudad. Na más salir del hospital me dieron una caja y a limpiar zapatos al Puerto. Iba con mi madre, ella cogía el trigo de los barcos argentinos, que venían mucho, y se lo metía en la barriga, en la falda, y siempre que salía por la puerta del puerto, los guardias civiles le decían; “¿Carreta siempre estás preñá?” Se echaban a reír y la dejaban de ir.
Vivíamos en Hoyo de las Flores, entre el Bulto y los bidones de la Campsa, en unas casillas de madera al lao de la playa, cerca de las vías del tren. Mis hermanos me tiraban encima de los vagones de carbón cuando llegaban, y antes de que el tren llegara al puente y entrara en el Puerto saltaba abajo, tirando tol carbón que pudiera pa llevárnoslo.
Un día mi madre me dejó al cargo de una señora que vendía bocadillos pa los embarcaos en la Alameda de Colón. Claro mi madre me dejó con ella pensando que por lo menos con aquella señora comía y estaba recogío. Y me pasé con ella dos años. La pobre no pudo volver a por mí hasta al cabo de tiempo porque la detuvieron por pedir limosna.
Pasé por varios reformatorios, pero me escapaba de tos ellos y otra vez a la calle a bailar, y es que ése era el único plan que tenía pa ganarme la vida. Pero siempre caía preso otra vez. Estuve luego en el Tribunal de Menores, en el Hogar de Fátima, que había sarna y muchas enfermedades allí, nos echaban algo en los pies que ardían, zotal, pa desinfectarnos. En la escuela, en aquellos reformatorios, me daban un pizarrín y yo lo tiraba, me ponía a bailar encima de la mesa, y los niños me hacían palmas. Me castigaban los profesores sin chocolate y sin leche pero luego me lo daban las monjas porque les daba pena y siempre he sio un niño mu gracioso.
Así pasó mi niñez en manos de la policía y siempre preso. Pero cuando pude me escapé, ya fue la última, nadando por debajo del agua, en una excursión que hicimos por la playa. Y desaparecí, como un pez. Con doce años. Me dije; “ya no me cogen más” y me fui a calle La Puente, donde empecé a bailar.
El calor del cine; Fred Astaire y el Capitán Maravillas
El Capitán Maravillas era un actor de cine de una película. Entonces yo iba al cine mucho, al cine Rialto, que me gastaba lo que ganaba en eso y allí me dormía calentito y no pasaba frío en la calle. Me cargaba tos las películas, como sería que de vez en cuando me echaban del tiempo que llevaba allí dentro, frito, pero me dejaban porque sabían que no tenía donde dormir. Aquel Capitán Maravillas volaba y yo un día desde un puente, el de hierro, el del Puerto, donde yo dormía, me tiré creyendo que era el Capitán Maravillas y la suerte que había un charco de agua, que lo normal es que el río vaya seco, y salí ileso. ¡Estaba tan delgao que el viento me sujetó, ojo a la vaina, el viento me sujeto, cómo estaría yo de gordo!
Pero el que me gustaba de verdá era Fred Astaire, que me quedaba yo mirando las películas de aquel gachó pensando que bailaba por bulerías y mirando a los pollos que se comían en la pantalla, unos banquetes…a los pollos y a los pies de Fred Astaire, a los pollos y a los pies de Fred Astaire, claro los pollos se los comían… Y es que ese hombre de verdá que ha sío un peazo bailarín, un fenómeno, y por aquello que yo le veía, hago yo mis cositas de claqué, se me ha quedao aquello.
Ya por entonces era el que ganaba el dinero de la familia, y tos me registraban, era el privilegiado y repartía lo que ganaba, porque tenía que ir con lo que fuera, colaborar. Me iba a una tabernilla que había en calle Larios, andaba por allí pegando voces con sus discursos el Loco Matías, con La Paula, y me decían los señoritos; “que baile Carretillo, que baile el niño. Y me daban dos gordas”. Luego me iba y las repartía, que por eso tos los gitanos hoy me quieren. Y es que siempre he sío bueno.
Pero llegó el momento que me fui de la tribu, y me recogió el Niño Almería, en la Casa de las Monjas de calle La Puente. Con La Quica, La Repompa, Pepito Vargas, La Cañeta, La Pepa Vargas, tos aquellos peazos de artistas que montaron el cuadro de Los Vargas. Y el primer tablao donde actué con ellos, El Refugio.
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