Garriga Vela. Foto de Jesús Domínguez. El Mundo

Garriga Vela, Comala en La Araña

Foto: Jesús Domínguez/El Mundo Málaga (DEP)

Sé que este intento de crítica llega tres años después de que este artefacto saliera a la venta con el título de ‘El cuarto de las estrellas’ pero el tiempo no cuenta tanto para los habitantes de La Araña. Cuando uno muere el tiempo pasa a ser un accesorio irrelevante y una vez inmerso en su atmósfera… El caso es que he vuelto a disfrutar de lo lindo con un libro del ‘malagueño’ José Antonio Garriga Vela (ya me leí el Anorak de Picasso o Muntaner 38), una suerte de Juan Rulfo en esta ocasión descubriéndonos Comala en La Araña, un lugar real varado entre Málaga y Rincón de la Victoria a los pies de una enorme cementera, ciertamente incomunicado como una isla, como aquél de Pedro Páramo, y donde sitúa la trama onírica emocional de un hombre accidentado que recuerda lo pasado mejor que lo presente.

La capacidad de Garriga Vela de volver a crear ensoñaciones, fantasías en un espacio igual de paradisíaco que fantasmagórico sostienen el valor de la historia, que no es otra que las relaciones sentimentales entre un fugitivo del Franquismo que vive escondido en un sótano y del que está enamorada la madre del narrador mientras su padre vive lo suyo, pero no tanto, con un más que amigo. En este pentágono de recuerdos pasiones extra e intrafamiliares se mueven los personajes como un puro relato de realismo mágico.

Los hechos que protagonizan otros habitantes de La Araña tampoco desmerecen este tono sueño. Y eso que hay relaciones a hechos reales verídicos que a veces chirrían en medio de tanto personaje novelesco. La alusión a la tragedia de la Carretera Málaga-Almería de 1937 es uno de ellos como también está presente el gris cemento que fue la persecución a los disidentes del régimen y que podría formar una enorme parábola si tenemos en cuenta que el amante de su madre vive un amor real escondido a toda esa pátina grisácea que les rodea como paisaje. Podría ser el mismo anhelo imposible de la República ese amor soterrado.

En ese juego de recuerdos y de desapariciones -muertes- más o menos en vida se ejecuta una literalidad cargada de evocaciones poéticas, se percibe a unos personajes atravesados por el dolor, desdichados y encerrados en esa burbuja física de La Araña que es un Goliat que engulle a sus habitantes cuando encaminan la senda de los elefantes. Hasta que le toque a uno lotería no es sinónimo de felicidad en este lugar maldito, telúrico a la vez que pareciera deseado, que imanta a sus vecinos, materia de una pesadilla o un ensueño del que no es posible salir.

Dentro del mismo hay personajes que mantienen actitudes, comportamientos o apariciones muy anticonvencionales como la conductora que en su coche fúnebre invita a los habitantes de La Araña a un pequeño paseo en su parte trasera con vaivén sexocataléptico o el tipo que come pájaros para luego vomitarlos vivos y ganar así apuestas de bar. Ese bestiario tan de Garriga Vela.

En su conjunto el autor vuelve a demostrar que es uno de los novelistas más capacitados para la fantasía, la evocación onírica, la textura de realismo mágico y para regalar personajes encerrados en su trampa psicológica emocional. No es extraño que una historia de este calibre se hiciera merecedora del Premio Café Gijón 2013 y que todavía sus humildes paisanos estemos en vías de descifrar a un prestigitador de la palabra y de la imaginación hecha prosa.

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Calificación; ♠♠♠ y medio (sobre cinco).

Gracias ‘Chapo’ G. Montilla

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