
04 Sep Festival de Mairena: El cante bien y mal rematado
Los festivales aguantan. Contra lo que pudiera pensarse el erario público municipal sigue manteniendo los carruseles de flamenco que ya en los setenta cambiaron radicalmente el flamenco y sus maneras de cobrarlo y en los noventa dieron ya sobradas muestras de estar obsoletos. Siguen vivos pese a que sus formatos sigan siendo una anacronía inaguantable que los jóvenes no soportan sin una buena barra siendo al mismo tiempo el flamenco, la música, cada vez menos importante en ellos. Y me explico.
El sábado tuve la suerte de asistir al LVI Festival de Cante Jondo de Mairena del Alcor que fue un rotundo éxito de público, hubo un lleno casi hasta la bandera, y para más sorpresa mía acudieron al mismo muchísimos jóvenes, lo que podría parecer una noticia buenísima. Y lo sería de hecho, si lo artístico no siguiera en un segundo plano en un acontecimiento de primera magnitud cultural donde se va un pellizco importante del presupuesto general de Cultura de un Ayuntamiento.
En Mairena, para mis ojos, el gran éxito fue ver a muchas chicas -y algunas muy guapas- asistiendo al mismo con sus mejores galas. La mujer sigue siendo como una proscrita o sencillamente es más inteligente para escuchar flamenco de una manera más razonable. Al margen de ello, que duda cabe que en el pueblo del maestro Antonio Mairena, se han hecho las cosas bien desde la didáctica y que hay una mirada a lo flamenco sin prejuicios, donde los jóvenes tienen su sitio.
Ahora bien, tuve la sensación, más acendrada ya en casa, de que lo más importante del evento fue asistir al mismo; es decir hacer una foto o vídeo y subirlo a las redes, pasar por el mega catering reservado de detrás del escenario o conseguir un selfie con alguno de sus protagonistas. Nada menos que José Mercé, Antonio Reyes, Esperanza Fernández, Manuel Castulo o la bailaora Milagros Mengíbar eran los convocados.
¿Por qué digo esto? Pues bueno, porque los festivales siguen repitiendo errores para la época en la que estamos. Uno de ellos pasa por reunir a demasiados protagonistas de forma alterna. Cualquiera me podría decir que más grupos encadenados van a los festivales de rock y nadie se queja, pero es que esta música vive de un elemento indispensable; la concentración. Y hoy día está más que comprobado que es inasumible más allá de la hora y cuarto y como mucho de las dos hora y algo con un descanso.
¿Qué ocurre entonces? Pues que es imposible que durante cuatro, cinco o seis horas, con descansos, como es el caso, la gente mantenga la atención y el respeto merecido. Todos salimos por una copa o un bocadillo, hicimos nuestro vídeo o mandamos un mensaje desde el asiento a casa entre la seguiriya desgarradora y la soleá más lastimera. Y ¿por qué no todos juntos en un espectáculo guionizado, especial, ex profeso? ¿No sería mucho más corto, llevadero y atractivo?
¿Qué más se suma a este disparate de formato? Pues que los artistas convocados, ya ultraconocidos, no ofrecen nada nuevo de su repertorio. La mayoría, y fue el caso de Mercé, por ejemplo, llevan un repertorio más que escuchado, para este tipo de eventos y en el mismo verano te lo sueltan igual en Mairena que en Casabermeja o en Collado Villalba, por decir dos sitios al tuntún. Y esto no es de recibo. Los artistas en este tipo de citas deberían sentir una obligación por una temática, unas letras especiales etcétera marcadas desde la organización. Para que hubiera una variedad. Una anormalidad.
Tuve la ocasión de escuchar también el comentario de un aficionado que se lamentaba de que los cantes no fueran bien rematados. Y es que existe una tendencia desde hace tiempo, al parecer la puso de moda Fosforito cuando ya le fallaban algo las facultades, de no terminar la letra del cante y dejarla en el aire. Esa limitación se ha convertido en ley y ya se ve como algo natural cuando no lo es. El artista se levanta antes de terminar el tercio y se aplaude como una ocurrencia instintiva. Ahí también se ve claramente la ausencia de una organización, directora.
El sonido, la iluminación y la escenografía casi siempre son mejorables. No estaba del todo mal en Mairena pero se suele dejar en manos de la empresilla que hace un poco de todo en el pueblo y resulta que lo que has invertido en cachés se va luego por el contexto generado. El baile, además, es siempre maltratado. Suele batallar con suelos infames. A todo esto se suma que el presentador está continuamente en el escenario y marca pausas demasiado largas entre actuación y actuación cuando no se entregan premios en mitad del mismo, lo cual ocurrió con gran dilatación del horario.
Es menester que estas cuestiones se depuraran y los viejos festivales se convirtieran en algo más llevadero (mucha gente tiene que tomar un coche de vuelta a casa después de estas maratones y si no se puede beber para conducir…). No les hace falta tanto para dar en la diana. Juegan a su favor el buen tiempo de los veranos andaluces, el gustazo de escuchar flamenco en lugares tan especiales como la Casa Palacio de Mairena del Alcor y el tener a los artistas muy a mano.
Por lo pronto en Mairena ya han empezado a darse cuenta, acierto municipal, de que creando actividades paralelas como exposiciones, cursos, masterclass y ponencias, así como convenios con otros festivales, se genera un ambiente propicio propio, se difunde mejor la marca cultural y se van sumando personas de diferentes ámbitos, no sólo el de esos flamencólicos irreductibles a los que a veces les cuesta tanto pasar por taquilla y no quieren moverse un milímetro de la tradición. En eso ya han dado en la diana. Han rematado bien el cante.
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