¿Y la emoción pa’ cuándo? Canción triste por el Niño de Elche

Lo peor del Niño de Elche es su público, me lo dijo mi sobrina de 15 años sorprendida por el alto grado de esnobismo que nos rodeaba. Como en la legión de peñólogos que acuden a un festival-maratón de flamenco a distinguir el cambio de las seguiriyas y examinar qué tal va de compás tal gachó, en los conciertos de Niño de Elche ya tenemos el efecto contrario, la intelectualización de usar y tirar de un arte ya de por sí controvertido, mitad punki, mitad budista; el flamenco. A examen toda la noche igualmente.

No había tomado mi asiento en el recoleto Teatro Ciudad de Marbella cuando ya la gente estaba riéndose por un salida del cantaor Francisco Contreras. «Los siquiátricos estaban llenos y por eso nos encontramos aquí». Ya sabe el mediático cantautor perfectamente el personaje que debe representar. Se le nota a legua.

Ni pizca de locura del interfecto. Un chico listo que tiene muy buenas intenciones y que sobre todo está copando los festivales indies de todo tipo con una propuesta que no resulta jonda, ni pesada, pero que abandona claramente las estructuras tradicionales del flamenco para acercarse a otros campos electrónicos muy interesantes. Sobre los que sale y entra sin marcar un camino claro. Como gusta en esta sociedad en la que mola parecer cultureta pero se odia el resultar erudito, chapotear en la superficie siempre.

El pero; la emoción. Ni pizca de arrebato, de misticismo, ni chispa de gracia salvaje en la Antología del cante flamenco heterodoxo de este originalísimo artista. Todo era muy contenido, como en una película de Haneke, como en una misa, ni un estribillo que llevarse a la cama, ni una salida de tono que no esté dentro del mainstream de lo supuestamente contracultural. Actuaba dentro de un ciclo impulsado por un periodista madrileño; ¿Marpoética en Marbella? Quizá hubiera sido transgresor un fandango diciéndole a los marbellíes que sólo ellos fueron culpables del GIL, pero eso no.

Eso se le ocurre a un kamikaze como el Capullo de Jerez que le canta al Real Madrid a la gente del Primavera Sound en Barcelona. El pecé, la clásica pesada del PACMA, la tauromaquia como pelele, el reírse de la ignorancia de los flamencos, ¿qué flamencos? Ese chascarrillo intelectualoide de esa clase media, medio leída pero indolente de la que formo parte. En eso parece un vendedor de biblias el Niño de Elche.

Y un ideólogo detrás de todo su discurso; Pedro G. Romero, al que citaba como a un Aristóteles renacido y al que también descubría como un falseador de historias. «El flamenco no es patrimonio de los andaluces», dijo El Niño. Y como provocación está muy bien pero como verdad científica es demagógica. El flamenco es universal como todas las buenas músicas, pero de nativitate es del sur de España y del Levante, se llamen como se llamen esos territorios y aunque originariamente beba de músicas negras, indias, árabes, gitanas, operatizadas… Otra cosa es el uso político que Blas Infante u otros hicieran de él, pero al César lo que es del César, que aquí no hemos inventado ese Patrimonio de la Humanidad de la sardana…

El Niño de Elche te da un programa de mano para su concierto que puedes leer por capítulos. Es la diferencia entre la música y el proselitismo. La buena música te sacude el cabello, te revuelve el estómago y te hace saltar las lágrimas, sin demasiadas explicaciones. Todo lo que tiene la necesidad de explicarse demasiado… Yo no viví emoción o algo parecido salvo en los capítulos más melódicos; el fandango cubista de Pepe Marchena, la rumba del Gallina y la saeta del Mochuelo. Ahí sí me llegó. El flamenco tradicional es música de dioses, aunque los dioses se endiosaran. Pese a todo, como digo hubo algunos descubrimientos en la mezcolanza y algunos nombres que me traigo para casa Tim Buckley y Crumb. Habrá que escucharlos. Ya es otro mérito suyo.

En general, sus cacofonías y sus giros de voz, el histrionismo y lo grotesco, me recordaron a un Morente desdibujado, al que no le adornaba la poesía bien elegida como al Ronco. Es quizá su seña de identidad más clara, el grito de lamento y ese intento de encontrar nuevos caminos. Y es esa aventura un motivo de elogio, una virtud y una causa para verlo. Benditos los atrevidos aunque se equivoquen. Pero quizá peque en autojustificarse y tratar de explicar sus intenciones porque lo hace menos ingenuo, menos artista convencido. Creo que ha creado su propio monstruo, y la pregunta es si acabará comiéndoselo. Porque estos esnobs del público se cansan pronto.

 

Crítica/crónica de la actuación de Niño de Elche en el marco de Marpoética, presentando su disco ‘Antología del cante flamenco heterodoxo’.

31.7.2018

22 horas. Casi tres cuartos de entrada. Con invitación.

 

 

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