Siete magníficas flamencas

FOTOS; Cristóbal Moya/Flamenco Abierto

Mientras ‘Las siete magníficas’ demostraban que el flamenco tiene madres y padres por igual tres asesinos se encargaban de cargar de razones este espectáculo presentado el 8 de marzo en el Teatro del Carmen de Vélez. La noticia estaba fuera y dentro. Miles de mujeres manifestándose de formas diversas en todo el país y en apenas 16 horas posteriores al viernes tres mujeres asesinadas en Madrid, Málaga y Pontevedra. Sobre las tablas un espectáculo epifánico con siete autoras de arte que redondearon un show listo para hacer muchos teatros y gritar fuerte ‘No matar’.

Sobran las razones para armar un montaje como el que ha vuelto a hacer José Luis Ortiz Nuevo, en la vanguardia intelectual del género desde hace décadas. Las mujeres convocadas eran más protagonistas que él; Belén Candil a la dirección, y en la materia; Rocío La Boterita, Alicia Morales y Chelo Soto al cante; por Davinia Ballesteros y Lola Yang a las guitarras; Ana Pastrana al baile e Isa Rodríguez a la batería. Todos eran como un cuadro futurista y a la vez clásico (antaño hubo bastantes mujeres tocaoras) de colores muy diversos y muy vívidos.

De nuevo Vélez Málaga programando una producción flamenca made in Málaga cuando no lo hace ni su decrépita Bienal ni la ciudad seudo-cultural de los museos, dormida en el gusto de las colas de turistas que sobetean a Picasso, como si no hubiera nada más. Ahí estaban siete mujeres de una calidad artística digna de las mejores programaciones para formar un elenco de variedades sorprendentes. Verlo ahí, como cantar por el Piyayo, ponerle un toque semanasantero a la batería o tocar la ‘pete’ sin temerle a la estúpida mala suerte.

La tres voces sonaron muy diferentes y celestiales a falta de que lo escénico gane naturalidad y gracia con las representaciones futuribles. La Boterita es elegancia, rubíes sobre la piel. Chelo Soto es la diosa del fuego y del agua, caricia y azote. Alicia Morales, un volcán en explosión que nadie puede ahogar. A la guitarra tiene manos de orfebre y de matahari Davinia Ballesteros, sobre la que fluye la música como en una fuente y una catarata. Más suave y personal es el toque de Yang, que parece acordarse con originalidad de su Shanghay en la suavidad oriental de la seda.

Quizá el alfa y el omega sean la batería Isa Rodríguez que convierte el espectáculo desde su trono principal en otra cosa, en algo más diferente, más poderoso, que grita; «aquí estamos nosotras». Y el baile de Ana Pastrana que es el baile garboso y sensual que hace de casi hilo argumental como metáfora de la palabra bien dicha que siempre tuvieron las madres.

Seguiriyas, granaínas, tientos y hasta una versión aflamencada del I will survive de Gloria Gaynor coronan este coqueto espectáculo, muy acertado en el tiempo, dispuesto a rodar como el primer copo de nieve que empuja un alud que nos sepultará a todos; el futuro será de ellas.

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