Un flamenco para la historia del cine; Rafael Romero

Habría que rebuscar mucho en la historia del cine español para encontrar un personaje del flamenco que haya seducido tanto por su porte e interpretación a tantos directores y tan buenos como lo hizo el cantaor gitano Rafael Romero, conocido popularmente por el Gallina. Quizá solo le vaya a la zaga en estos menesteres a Gades o Carmen Amaya.

Porque Florian Rey, Carlos Saura o Julio Diamante son sólo tres de los prolíficos realizadores que contaron con sus servicios y no sólo para su banda sonora. Y es que pocos flamencos pueden decir que hayan cautivado tanto con su perfil a directores tan célebres y en películas que hasta podrían catalogarse en alguno de los casos como de autor, con unas dotes interpretativas tan poco comunes y acompañándole para ello un físico juncal tan característico.

Así el caso del iliturgitano Rafael Romero (Andújar, 9 de octubre de 1910-Madrid, 4 de enero de 1991) es especialmente llamativo porque se conjuga con una figura trascendental en la historia del cante a la par que secundaria en el éxito crematístico. Ya que hay que aceptar que murió en una situación económica no muy holgada y de cierto olvido por el mundo de la música. Pese a ello, en su mejor época profesional Romero consiguió cuotas de popularidad en Japón que le llevaron a audiencias personales con el emperador que le llevaron incluso a cantar en su boda, al igual que fue de los primeros cantaores en tener su primera peña en el País del Sol Naciente. E incluso a recibir en su propio pueblo la visita de un grupo de incondicionales nipones para regalarle un busto con su figura.

No fue el único recóndito lugar al que fue pues conoció Nueva York y los Estados Unidos enrolado en la compañía de El Greco, actuó en La Scala de Milán o puso una pica en París, convirtiéndose en un hombre de confianza para el cante de atrás de los mejores bailaores, incluído el gran Antonio.

En el cante además su elegante estampa de gitano de nariz prodigiosa fue un pasaporte medio sellado para trabajar y no solo para sonar también para magnetizar con su figura. Luego, en sus reclamos para las bandas sonoras aportó casi más peteneras que casi en toda su discografía, donde también fue un pionero al grabar en la primera gran antología -hispanofrancesa- de Hispavox en 1957.

Su especial manera de interpretar estilos como la caña, la rondeña, el mirabrás, la soleá de Yllanda, la alboreá, los cantes de madrugá o la propia petenera lo han señalado como maestro de maestros y un eslabón intermedio entre la La Edad de Oro del cante y las nueva generación que bebió de sus peculiaridades, Enrique Morente o Carmen Linares, entre sus pupilos. Su especial tono melodioso henchido a la vez de gitanería no ha vuelto a darse en el flamenco. Es único y singular en su queja y modulación, con un temple que huye de las estridencias.

Romero además nació con el hándicap de ser un gitano no de la Baja Andalucía, vástago de una amplia familia de tratantes de ganado pero que pronto comienza a buscárselas en el cante de manera brillante, salta a la gran pantalla muy pronto con nada menos que la vuelta de Imperio Argentina con Florian Rey. Lo hará en La Cigarra (1947) donde aparece en varios pasajes como bailaor que se cruza zalamero en los pasos a dos con la protagonista. Mostrando otra faceta profesional, la del baile, que le sirvió para sobrevivir en la posguerra cuando se vio aquejado por un problema en la voz. Ahí está enseñoreándose en su estilizada fisonomía en ‘Castillitos en el aire’ y ‘Viene Clareando’. Por entonces estaba en el cuadro de Juanita Reina, como bien recoge en su biografía Paco el Pecas, que diseccionó con bastante detalle los cameos de este en el cine y que se sirven de base a este reportaje.

Las primeras peteneras, en concreto dos, para el celuloide le llegarán en una película taquillera como Brindis a Manolete (1948) donde aparece acompañando el baile de José el Greco. También demostrará que no sólo estaba fino en los cantes más libres sino que a compás también tenía su sitio y borda unas bulerías para la película Carne de horca de Ladislao Vajda en 1953. En ellas le baila Trini Heredia. Ya estaba el jaenero en argumentos de bandoleros pues la cinta abordaba la vida de El Lucero.

Pero será con Carlos Saura con el que deje su mejor testamento como actor con un papel secundario con algunos dialógos en escenas importantes en la piel de El Gitano, en la no menos rutilante historia del forajido José María Hinosa el Tempranillo, titulada Llanto por un bandido y que fue el salto al color del realizador maño en 1964. La película merece la calificación de bastante buena ya que de principio cuenta con el guión de Mario Camus y reúne las interpretaciones memorables de Paco Rabal, en el papel protagónico y de Phillipe Leroy en el de antagonista. Como anécdota en los créditos también aparecen Antonio Buero Vallejo y hace de verdugo al comienzo de la misma un tal Luis Buñuel.

Pues bien, Saura deja que Rafael Romero firme casi toda la banda sonora con Carlos Rustichely se marque nada menos que cinco peteneras y unas bulerías por villancicos, además de un rondeña.

En el minuto siete de la misma ya sale su primera ‘pete’, enarbolando de nuevo el carácter indómito del iliturgitano que se hartó de cantar por este estilo tan denostado por los gitanos por pura superstición al igual que tampoco escuchaba las voces de censura por airear la supuestamente secreta alboreá de los casorios calorré. En la letra que suena de su voz, curioso que también sea actor muy presente al mismo tiempo en el argumento, de principio a fin, ya marca el tono romántico dramático de la película; “Al pie de un árbol sin fruto me puse a considerar/ qué pocos amigos tiene quien no tiene que dar”.

También está muy profundo en el mismo palo sobre el minuto 33, mientras en lo interpretativo sigue haciendo de lugarteniente fiel y de confianza del Tempranillo: “Es tu querer como el toro, que donde lo llaman va/ y yo como me las veo solo/ que a nadie sombra le da/ tan solamente los lobos/ el corazón se me parte/cuando pienso en ti, María/. Cuando te tengo delante todo lo malo se me olvida y tengo que perdonarte/. Y a tiros y puñalás me apartan de tu querer , yo de ti no me arretiro aunque tenga que perder los ojos donde te miro.

Su importancia en este largometraje será tal que además de diálogos, Saura lo hace custodio de la mujer que ama José María (Paco Rabal), la guapa actriz Lea Massari. De destacar también el papel profundísimo de su célebre mirabrás con letra que pareciera parida para este trabajo: “A mí que me importa que un Rey me culpe/ si el pueblo es grande y me abona./ Voz del pueblo, voz del cielo/ que no hay más ley que son las obras”. Que engancha perfectamente con la historia del proscrito por Fernando VII.

Pero en la década de los sesenta, pareciera que el conocido ya por El Gallina, apodo que, por cierto, a él no le gustaba, tuvo mucho predicamento entre los jóvenes y más rompedores realizadores del nuevo cine español y fue Julio Diamante el que lo haría salir cantando, entre otras cosas, en El arte de vivir en 1966 como casi maestro de ceremonias en la inauguración de una exposición. Esta película tendría el tono de la novelle vague francesa y se ve que Rafael cuadraba con todo y se amoldaba a lo que le pidieran. El también andujeraño El Pecas, su biógrafo, cuenta la anécdota de que Diamante le hizo una apreciación en una ocasión, rodando, sobre cómo debía hacer el que estaba muriéndose y que Rafael le contestó con toda la gracia que tenía difícil esa tarea porque nunca había experimentado algo parecido.

Bromas aparte, en su siguiente incursión cinematográfica Antxon Eceiza lo llamó para una cinta que estaría nominada a Mejor Película en Cannes: Último encuentro. Era 1967 y el reparto incluye la fuerza interpretativa descomunal del gran Antonio Gades, con la no menos arrolladora personalidad y belleza de la bailaora, la Polaca. El bailaor valenciano se marca un baile hipnotizador al ritmo de All day and all the night de los Kinks versionado por Los Shakers que es un genuino primer ladrillo del mestizaje musical, sin duda. Romero hace además de cantaor de dueño de una pensión y también dialoga con Gades. Cantará en off en la película por soleá con su peculiar rajo.

Un año antes, en 1966, le había pegado a otro género, suma y sigue en una carrera desbordante de aventuras. En Algete rodaría Mestizo de Julio Buchs, sin hacerle ascos al Spaguetti Western, donde le vendrían como anillo al dedo sus facultades como jinete, ya que desde niño vivió entre tratantes de ganado en su tierra y sabía bien lo que era montar a caballo. Su físico de gitano por antomasia también le valía para hacer de indio americano.

En otra de indios americanos, pero de los del sur, se metería de lleno a cantar por tangos en la conquista de Hernán Cortés del Nuevo Mundo. La película llevaba por título La cacería real del sol. Era 1969.

Ya más de un lustro después, en 1975 y de nuevo de la mano de su inseparable guitarrista de acompañamiento Perico el del Lunar, que le acompañó en muchas de estas aventuras, también aporta dos peteneras en off para La Carmen, otra película de Julio Diamante, que como Saura o Florian Rey vieron en él a algo más que a un figurante. Esta sería la última película como tal que rodaría si bien para televisión tuvo varias incursiones en formato documental.

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