Carretillo, y el adulto que ya llegará

Foto: Paco Lobato.

Cuando todavía resuenan en mi cabeza los ecos de los aplausos del penúltimo baile de Carrete quiero mirar hacia atrás y casi se me pierde la vista. Quizá estoy en una tarde calurosa de verano de dos mil y poco y yo soy solo un estudiante de Periodismo que deambula algo perdido por los alrededores de la plaza de la Nogalera antes de coger el Cercanías. En una burda carpa repleta hasta los topes un hombre de pronunciada nariz tiene a todo el mundo en ascuas. Suda por todos los poros de su cuerpo y la gente parece embelesada, como bajo un encantamiento febril, la masa aplaude a raudales cada remate de su baile y parece que entra en éxtasis.

El bailaor recoge los aplausos, una y otra vez, y parece que no quiere irse nunca. Llevaba tiempo sin ver a nadie con tanto magnetismo. Me quedo sorprendido con esa impresión pero corro a atrapar mi Cercanías a Málaga. Nunca volveré a saber nada sobre aquel bailaor hasta pasado un tiempo. Pienso que es un show kitsch pero hay algo dentro de mí que me dice que aquel hombre tiene un secreto que revelarnos.

Al tiempo, recuerdo una mañana en un despacho de la Diputación de Málaga en el que me entero de que alguien tiene que sustituir a la bailaora Matilde Coral en el espectáculo de clausura de la Bienal Málaga en Flamenco de 2005. Es el 12 de noviembre de ese año. El nombre que han elegido es el de aquel gitano que yo vi un día en una actuación en una carpa cualquiera, se llamaba Carrete. Me preguntan qué me parece y yo no sé muy bien qué responder. Era como un tipo descatalogado, carismático pero parecía ya facturado por entonces. Llegué a pensar que no era buena idea. El interfecto que me lo pregunta es Antonio Chaves, jefe del Gabinete de Presidencia, el auténtico factótum de aquel festival de dos meses que se inventó un presidente de la Diputación enamorado del flamenco llamado Salvador Pendón.

Lo que yo no sabía es que Carrete acabaría levantando el público de los asientos en esa noche donde los compañeros de cartel eran Chano Lobato, La Cañeta o Rocío Molina. El actor que hace las veces de presentador es Ortiz Nuevo. Aquella noche surgiría un idilio entre ambos que duró al menos un lustro. Quizá la mejor época artística de Carrete en toda su carrera si obviamos sus tiempos en El Jaleo.

«Me habéis traído a Hollywood», le dijo Carrete a Antonio Chaves y a Alberto Bandrés, director entonces de la Agencia Andaluza del Flamenco, entrando al Auditorio Príncipe de Asturias de Torremolinos. Él venía del ostracismo total. Era una reliquia viva del boom del turismo de los setenta ya entonces pero muy lejos de los públicos actuales. Bandrés fue junto al primero a realizar el casting al tablao Los Tarantos de Playamar para tantear qué tal estaba aquel bailaor, la noche de antes. Ambos se convencieron de que era el hombre. Luego, en su noche para el recuerdo, el sustituto bailó pegado al filo del escenario, lo menos cinco minutos. La gente alucinó con aquel loco que dejó a Chano Lobato sin alegrías que cantarle… Torremolinos lo abrazó porque sabía que era la resurreción de un hombre hecho a prueba de noches y sinsabores. Anuló a todo.

Tras aquel golpetazo, Ortiz Nuevo pensaría en él para abrir la bienal de 2007 con ‘Yo no sé la edad que tengo’, que no escatimó presupuesto ni ensayos para hacer lo más parecido a un ‘Underground’ de Kusturica en teatro. Recuerdo como le contó su vida poco a poco en almuerzos regados de vino y pescaíto en La Carihuela, varios días. La directora teatral que se metió en aquello era nada más y nada menos que Pepa Gamboa, a la postre ganadora de varios premios de teatro importante, y una auténtica outsider, que junto a Ortiz Nuevo, que hacía de alterego, resucitaron al Fred Astaire gitano, rodeado estaba vez de lo mejor del cante para atrás (Valencia, Amador). De aquellos días de ensayos y más ensayos Carrete recordaría su culo lleno de moratones porque las caídas de los ensayos las hacía sin red, sin colchón para amortiguarlo. Quizá toco el cenit de su carrera pero le prometieron veinte galas y no llegaron a diez. Vino la crisis y entre medio tragedias difíciles de asimilar como el suicidio de su hijo José Antonio…

Desde entonces Carrete comenzó a sonar de nuevo. Vinieron éxitos en el Lope de Vega de Sevilla. Los Jueves de Cajasol, Jerez, festivales veraniegos de importancia y el calor más encendido en su homenaje de mayo de 2018 en el Teatro Cervantes de Málaga. Allí fue elevado hasta el cielo y más allá por un recinto abarrotado y por un elenco difícil de igualar: Estrella Morente, Tomasito, José Valencia, entre otros muchos que no se quisieron perder la penúltima. El artista salió a hombros del teatro guiado por una panda de verdiales para completar un idilio especial con la ciudad que le vio criarse a las mismas puertas del teatro. En esas mismas calles donde pidió limosna con una chaqueta larga nada más, se metió en el cine para refugiarse del frío y creyó ver a Fred Astaire bailar por bulerías y tantas otras cosas…

En esas tantas otras cosas, caben matrimonios frustrados, apariciones frustradas en películas, privaciones de libertad, muerte de una mujer, es decir tragedias a la altura de los momentos de gozo vividos. Muchas muchas noches estuve a su lado y aprendí de un hombre sencillo, trabajador, humilde y con dos cualidades más, dignas de admiración; las ganas de pasárselo bien, y la rebeldía ante la vida de no sentirse nunca derrotado.

Cuando el pasado, 12 de febrero lo vi llegar al mismo lugar de aquel 12 de noviembre de 2005 -accidentalmente a la misma vez que Rocío Molina– impecable y casi en la misma medida de chaqueta, sentí que se cerraba un círculo digno de una película que también ya tiene. Me acordé de aquella tarde de verano en que ya me sedujo y advertí que se había cerrado definitivamente la forja de un rebelde. El homenaje de su pueblo, que se había resistido al menos una década se hizo realidad y todo salió a pedir de boca también. Y el sueño de pisar Nueva York y ser carne del celuloide, algo que le prometió Saura y quedó postergado por una Carmen de carne y hueso, también estaba cerrado con el estreno de ‘Quijote en Manhattan’ para el próximo 17 de marzo en el Teatro del Soho (de Málaga) dentro del Festival de Cine en Español. El cine que lo salvó del frío. Todo encaja ahora, Pepe.

Y mientras escribo esto resuenan en mi cabeza las poéticas palabras que le sacó Jorge Peña en su rodaje como una confesión eterna del Carretillo con chaqueta larga, siete décadas después, asomado al estrecho que separa Battery Park y Staten Island. «El adulto ya llegará». Y pienso que no hay Quijote más vivo que Carrete. Y sueño con que muchas noches fui su Sancho Panza. Y todo va quedando señorial. Y me parece que ahora creo en los sueños más que él. Gracias, Pepe.

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